Rupturas

Nací en España, no me siento orgulloso de ello ni todo lo contrario. Debo reconocer que fue un golpe de suerte, el único hecho que se puede calificar así con todos sus matices a lo largo de la vida, no sé si es una casualidad biológica o cósmica, pero aunque es cierto que  probablemente hay sitios mejores para nacer, con toda seguridad hay lugares mucho peores en los que la falta de oportunidades marcan tu existencia.
No soy nacionalista, no tengo ese sentimiento, creo entender los motivos por los que algunas personas sí lo profesan y lo respeto pero a mi no me ocurre, además padezco banderofobia, esto es así y tampoco conozco el motivo. Como en casi todo, siempre hay una excepción, reconozco que la bandera europea no me produce temor, quizás porque la veo poco, porque el azul me sosiega, porque representa el internacionalismo, a lo mejor por la perfección del número doce o por la mismísima influencia de la Inmaculada Concepción, todo es posible. Quiero dejar claro, si no lo está ya, que no soy historiador, tampoco economista ni experto en política internacional y sin embargo creo que el establecimiento de las fronteras está basado también en hechos puramente casuales, pueden ser geográficos, políticos o religiosos pero son aleatorios y muchas veces circunstanciales.
Estamos en la era del crowdsourcing, gracias a la Red, el fenómeno de la inteligencia colectiva se ha convertido en una realidad palpable, cultural y económicamente beneficiosa. Hemos visto como se ha construido Linux, un sistema operativo eficiente desarrollado gracias a la colaboración y capacidad colectiva de cientos de programadores trabajando en paralelo. Hemos asistido a la creación de Wikipedia, la mayor y más difundida enciclopedia que se recuerda, basada en la cooperación de los usuarios, aún no exenta de algunas dificultades, no podemos negar que se ha convertido en una herramienta de consulta muy útil. Por no hablar de YouTube, una empresa rentable fundamentada en la creatividad global y retroalimentada por sus consumidores. Estos tres ejemplos nos deberían por lo menos llevar a reflexionar sobre si es mejor estar juntos o separados. Para que nadie abandone la lectura en este momento, un aviso a navegantes: no pienso hablar sobre el caso español que no tiene ninguna trascendencia a nivel global y a mi me aburre soberanamente (derivado de soberanía).
Durante estos días convulsos en el mundo Árabe, ha pasado bastante desapercibido el proceso de segregación en Sudán, finalmente, tras el referéndum de independencia amparado por la ONU y patrocinado por occidente, este verano nacerá un nuevo estado llamado Sudán del Sur. Este hecho ha sido, en general,  valorado muy positivamente por poner fin a décadas de guerra civil pero yo albergo dudas. Al sur nos encontraremos un país cristiano y rico en recursos naturales (turismo) y energéticos (gas, petróleo, metales, etc) que sin embargo no tiene capacidad económica ni estrucutural para explotarlos. En el norte, hallaremos un estado islámico, mucho más sólido históricamente y con infraestructuras de las que siempre dependerán los del sur para, por ejemplo, refinar hidrocarburos. O quizás no, tengo la impresión de que el afán por separar definitivamente a ambos viene de un interés lucrativo exterior por controlar la zona, temo que esta pacífica y suave tormenta se puede transformar en tempestad antes de lo sospechado. Durante milenios, estos parajes formaban parte del imperio egipcio, una enorme potencia global, sin duda con muchas desigualdades y por supuesto salvando las distancias, fueron muy productivos y creativos. Como he intentado explicar con la analogía de Internet, creo que la unión libre y la convivencia nos hace más fuertes, sospecho que la Unión Africana también lo piensa, o por lo menos eso se trasluce de su proyecto supranacional de los Estados Unidos de África. En definitiva, la historia nos demuestra que las rupturas en otros países como Vietnam, Yemen, Corea o Alemania trajeron años de tristeza y amargura que contrastaron con la algarabía de las reunificaciones.

Al ver estas imágenes no puedo más que seguir dudando cada vez que se deshace un estado y me pregunto cómo conviven en un mismo tiempo la integración y la desmembración.
Hoy me acuesto soñando con un utópico estado ibérico, demográficamente potente, industrial y tecnológicamente desarrollado, exportador nato, líder en renovables, punto de encuentro con África y con salidas al Mediterráneo y al Atlántico. Las cosas tomaron otros derroteros, pero quizás hoy seríamos menos permeables a las crisis.

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