Callar

El Grito - Eduard Munch (1893)
El inconformismo empieza por no callar, yo no lo haré
Debemos callar muchas cosas, es innegable, quien expresa todo lo que le ronda la mollera y lo hace con plena sinceridad, tiene muchas posibilidades de acabar encerrado en un psiquiátrico por mostrar síntomas de una sociopatía latente. Callamos en nuestras empresas, depende por supuesto de nuestro cargo, la fagocitación de heces verbales es inversamente proporcional a la altura de nuestra responsabilidad, pero todos, todos, tenemos jefes, de manera que todos, todos, callamos. Callamos en nuestras familias y no es muy recomendable, el abuso del silencio puede provocar graves perjuicios en las relaciones de pareja y paterno-filiales, sin embargo tampoco sería adecuado decir todo. En el primer caso porque un exceso de sinceridad malentendida podría causar estragos en el amor propio y ajeno de los protagonistas, en el segundo porque hay que dejar errar para crecer, no podemos masticar ideas para regurgitar consejos digeribles, eso sólo es propio de algunas aves. Callamos con nuestros amigos y es muy recomendable, si les confesásemos todas nuestras opiniones sobre ellos, pecaríamos de soberbia y correríamos el riesgo de que nos confesaran también algunas de las suyas sobre nosotros, acabaríamos como los rinocerontes, solos y con la piel pétrea. Podríamos seguir enumerando tantos silencios como facetas tienen nuestras vidas pero lo que de verdad importa es lo que no podemos ni debemos callar por mucho que otros se empeñen.

Resulta que nos dicen que no podemos opinar sobre las resoluciones judiciales porque hay que respetar a la justicia pero resulta que la justicia no nos respeta a nosotros, para ella somos unos mostrencos incapaces de dilucidar lo justo.También debemos callar ante cualquier insensatez que legisle el gobierno de turno. En unos casos nos instan a mantener silencio ante la expoliación de nuestros derechos más básicos porque la coyuntura exige tomar decisiones difíciles y si protestamos, poco menos que estamos traicionando a nuestro país. En otros, mucho más ruines y cobardes, pretenden que no tengamos derecho al cabreo porque los causantes de sus decisiones son supuestamente los anteriores responsables gubernamentales. Siguiendo una lógica perversa, se supone por ejemplo que el principal partido de la oposición debe callar por su gestión cuando era gobierno, los sindicatos deben mantenerse en una sumisa docilidad porque no consiguieron evitar lo inevitable y todos los que tenemos querencia hacía las posturas ideológicas anteriores tampoco tenemos derecho a la queja porque con nuestro voto colaboramos a fraguar la situación que hoy otros intentan solventar estoicamente.

Resulta que la iglesia católica vuelve a tener una posición de liderazgo ético en nuestra sociedad, por supuesto nosotros debemos callar ante los dogmas que proponen y que en este nuevo contexto político se traducen en una exhaustiva revisión de la legislación educativa, sanitaria y social precedente. Debemos permanecer silentes porque lo contrario sólo demostraría que somos intolerantes e irrespetuosos con el credo de algunos conciudadanos, nada que ver por supuesto, con la época en que curas y obispos decidieron ocupar las calles, ellos sólo lo hicieron para preservar nuestra moral ante los ataques externos. Ellos ya han regresado a sus mohosas cavernas, desde allí pueden dirigir mejor los hilos del títere en que se ha convertido el legislador, la curia se ocupa de los hilos que mueven los brazos y las grandes fortunas financieras y mercantiles manejan los pies. Estamos sometidos al ímpetu hiperactivo de la mano trémula de unos marionetistas tan liberales como coercitivos.

Además, debemos callar ante los abusos financieros porque de ellos depende nuestro futuro, debemos callar ante la negligente gestión de políticas internacionales profundamente insolidarias, debemos callar ante el saqueo sanitario porque no hay pan para todos, debemos callar ante la salvaje destrucción de los recursos naturales porque nuestro bienestar caduco está en juego y debemos callar ante la segregación educativa por clases porque es utópico pensar que todos los seres humanos somos iguales. Últimamente, hasta la monarquía nos manda callar, apoyada en poderes fácticos o legales, insiste en que no hay vida más allá de ese sistema pretendiendo contagiar su solipsismo histórico al conjunto de la sociedad.

Pues resulta que haciendo un análisis introspectivo - debo adaptarme a los nuevos tiempos y partir de la individualidad para comprender la realidad social - me doy cuenta de que cuanto más callo más rencor acumulo, por eso, hace tiempo, decidí convertirme en un ser parlante, para evitar las reacciones virulentas provocadas por la acumulación de silencios. Creo que debemos hablar, denunciar y si fuese menester chillar porque el grito y la calle siempre han sido el mejor antídoto contra las trincheras. Las urnas forman parte de la democracia pero no son su único ingrediente, debemos condimentarla con una pizca de conciencia cívica, un poco de inquietud social y mucho coraje protestatario.



Entre tanto embuste vertido, el peor de todos es el que pretende hacernos creer que para avanzar y crecer debemos callar, nunca ha sido así y nunca lo será, nacemos gritando y deberíamos morir igual, si nos arrebatan ese impulso ya no quedará nada.

PD: Desde una discrepancia moderada, con cariño para Antonio y Chus.

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